Muchos padres buscan ayuda porque no consiguen controlar a sus hijos. Son niños muy pequeños, de entre dos y cinco años, que ganaron de sus padres el derecho de asumir la función que alguna vez fue de ellos.
¿Cómo es eso? Con un poco de evasivas, para incluir en las rabietas, el niño puede revertir la decisión de los padres a su favor, aunque no sea la más adecuada.
Al principio, los piensan que es una gracia, pues se demuestra que su hijo “sabe lo que quiere”, “tiene opinión propia”, etcétera, etcétera. Sólo que el niño no permanece siempre con la misma edad… y si crece sin límites, la situación se complica.
Los padres deben entender que no pueden ser amigos de sus propios hijos, porque la amistad presupone una interacción lineal, o bien, no hay una jerarquía y todos se manifiestan en la forma por la que tienen voluntad, y algunas veces con mucha exageración. Los padres pueden y deben tener actitudes amistosas, pero no son amigos. Los padres son los padres, y estos deben llevar las reglas y los límites del comportamiento de sus hijos, pues estos no consiguen afrontar por sí solos un problema cuando este se torna más conflictivo o cuando las emociones se ponen fuera de sí.
Los padres deben tener autoridad sobre el menor, sin necesidad de ser autoritario. Basta con explicarles el motivo por que tomaron cierta decisión y, una vez tomada, mantenerla, para no confundirlos en su cabeza. Para ello es preciso que reflexionen antes sobre la forma en que desean educarlos y, más importante aún, que uno no desautorice al otro en frente de ellos.
No envíen mensajes contradictorios, aquellos por los que el niño entienda como le convenga, o incluso, no tome decisiones de acuerdo con el estado de ánimo del momento. Siempre ser claro y firme.
Por supuesto, algunas reglas y límites tienen fecha de vencimiento. A medida que el niño se desarrolla y adquiere mayor autonomía y, con ella mayor responsabilidad, serán alteradas las mismas. El niño tiene que saber esto. Asimismo informarle que valore siempre el respeto, el honor, la generosidad.
Es a través de los límites que el niño pasa a ver “al otro”, y asimila que no se puede tener o hacer lo que quiera, sobre todo si invade el espacio de los demás.
Si por muchas generaciones el niño no tenía una voz activa, y al parecer actualmente algunos padres son muchos más permisivos y temerosos de poner límites, reglas y valores sociales, con las comprensión de que los van a dañar o a causar algún trauma psicológico. Puro error. Cierta cantidad de frustración no hace daño a nadie y algunas satisfacciones tendrán que ser postergadas.
Hay que encontrar el equilibrio entre lo que se enseña y se espera de su hijo. Este tiene que aprender de un montón de cosas que puede hacer y otras tantas que no.
Cuando usted necesita evitar un comportamiento inadecuado, puede recordarle de manera positiva, expresando que es lo más saludable, y aceptando la sustitución de unos por otros. Siempre con mucho cariño, comprensión y tranquilidad, porque los niños no nacen sabiendo cómo vivir y comportarse en sociedad. Él siempre va a necesitar de un adulto responsable.